Una navidad diferente Concurso ZendaLibros by Max Musimessi

 Segundo cuento que envió Max al concurso de Zenda Libros, ¡gracias por compartirlo en el blog! ¡éxitos!

                                                                    Créditos de la imagen: Rolandmey by Pixabay (c)

Una Navidad diferente



Si tan solo pudiese volver a hablar con ella.

Nos conocimos hace unos doce o trece años. Ella salía de rendir un examen de anatomía, yo entraba con una montaña de libros a cuestas para asistir a un profesor de fisiología, ¿o acaso era de farmacología? Ya no recuerdo. Situación típica, choque, libros por el suelo, miradas que se encuentran al recogerlos.

Si tan solo pudiese volver a hablar con ella.

Pasaron meses hasta que coincidiéramos en la fiesta de una amiga en común. Me pareció que estaba en pareja con un fulano que la seguía a todas partes. Ella creyó que yo era el novio de la anfitriona. Las miradas volvieron a encontrarse, pero no cruzamos palabra.

Si tan solo pudiese volver a hablar con ella.

Tiempo después me encontré hablando horas con alguien en una sala de chat. La agradable sensación hizo que repitamos ese ritual algunas veces más, hasta que acordamos encontrarnos personalmente. Ella iría de amarillo, yo le diría “hola” en código morse con una tenue linterna. Fue una grata sorpresa que esa persona sea la misma con la que tropecé en la universidad y con quien no hablé en una fiesta.

Todo avanzó muy rápido, en menos de un año ya estábamos viviendo juntos.

Al principio con Mariela dejábamos que la suerte de una moneda nos indique dónde pasábamos Nochebuena y dónde Nochevieja. Nosotros en San Gerónimo, mi familia en Barrancas del Sol, setenta y cinco kilómetros al sur, y la suya en Cumbre Alta, cuarenta y tres al oeste de nuestro hogar.

Luego de un par de años coincidimos en que queríamos disfrutar las celebraciones de Año Nuevo con amigos, o en alguna fiesta, restaurant o similar, al menos hasta que tuviésemos un hijo que nos vuelva a hacer ver estas fechas como algo más “familiar”. La cara o cruz a partir de ese momento definía con cuál de las dos familias se pasaba la Nochebuena, teniendo que viajar en auto al día siguiente para no dejar enojada a la otra hasta el año próximo.

Recuerdo hace tres años, Cumbre Alta había ganado en el volado. Primero tuvimos que tolerar una cena que casi arruina la noche. El tío de Mariela pasó horas discutiendo de fútbol con su hermano, lo que empezó siendo una escena cómica casi termina en tragedia cuando el alcohol ya se había apoderado de ellos. Sólo mi suegro logró disipar los humos cuando a la medianoche apareció disfrazado de Papá Noel para agasajar a sus nietos. Al día siguiente no escuchamos la alarma, nos despertamos a las diez y media cuando debíamos haberlo hecho a las ocho para tomar la ruta tranquilos. Para mal de colmos, el coche se quedó a mitad de camino y el auxilio tardó casi cuatro horas en llegar. Llegamos a Barrancas a eso de las cinco de la tarde. Mi madre indignadísima por habernos perdido el almuerzo de Navidad.

Si tan solo pudiese volver a hablar con ella.

El actual hubiese sido el último año con la modalidad “Nochebuena con una familia, Navidad con la otra, Año Nuevo con amigos”, retirábamos la moneda.

Al almanaque todavía le quedaban muchas hojas cuando recibimos a este ser diminuto, microscópico. El mismo que en sus primeras semanas lograba que Mariela vuelva llorando del hospital luego de ver los estragos que causaba. Mis minutos más largos de impotencia eran aquellos en los que la veía desarmarse frente a mí, mientras se desinfectaba, hasta que por fin podía abrazarla para consolarla.

Y cuando pensábamos que ya se estaba yendo, volvió más fuerte. Tuvimos que volver a aislarnos. Nos obligó a llamar a nuestras familias para avisar que esta Navidad no tendría moneda, no tendría Barrancas del Sol ni Cumbre Alta, sólo seríamos los tres en San Gerónimo. Pero nos tendría una sorpresa más guardada. Días antes de Nochebuena, este Grinch minúsculo me lleva de la mano en un viaje al norte, bien al norte.

Si tan solo pudiese volver a hablar con ella.

Me gustaría frenar a mitad de este viaje ascendente para agarrarme de una estrella y hacerla brillar mucho. La haría titilar y, en clave morse, decirle “hola” a Mariela, para que sepa que igual estoy con ella. La haría brillar tanto como esa luz de esperanza que crece en su vientre.

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