Una taza de café. - Escribe Lorena_edo.tensei

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Jaz estuvo esperando durante tres semanas que llegara su pedido. Consiguió un descuento del 70 % en la web de “ Tinto Café”, la tienda Online que habían montado los amigos colombianos de unos amigos de ella. Le parecía bien la idea de los descuentos durante la primer semana, pero si seguían a ese ritmo, creía que no durarían mucho. Con cada compra, se le asignaba un número de orden, a ella le había tocado el número 215, lo que indicaba que al menos unas doscientas catorce personas antes que ella accedieron al descuento. No pudo evitar sacar algunos cálculos.


Abrió otra ventana del navegador – DuckDuckGo, no usaba Google. Estaba harta de que supieran sobre sus búsquedas y gustos personales a fin de ofrecerle distintos productos y cursos afines a sus intereses – y buscó cual era el precio real del paquete de 500 gramos de café en grano original

- ¿acaso habían copias de café ? extraído de las tierras colombianas, que como todos saben : es el mejor café que existe sobre la faz de la tierra.

El precio rondaba entre los 50 y 80 dólares, así que una vez más, Jaz tenia razón. Ese descuento más que promocionarlos iba a conducir aquel emprendimiento a la ruina, pero no era su culpa las decisiones que tomaran los amigos de sus amigos. Estaba adquiriendo un paquete de café a un precio ridículo y eso era lo que importaba. Un buen café colombiano.


Cuando al fin llegó el café, su entusiasmo inicial por la compra ya se había esfumado por completo, así que solo guardó el paquete en la alacena sin más. Lo usaría para convidar a las visitas. Algún día.

Se limitó a abrir el envoltorio lacrado que dormía dentro de una caja que le quedaba grande, rompió algunos hilos que contenían el perímetro del paquete y lo observó como si fuera un objeto extraño : Era una bolsita de arpillera con el logo de “Tinto Café” y a modo de nudo, colgaba un rústico hilo que al final tenia una etiqueta color sepia, que rezaba : “Colombia. El buen café” - amaba los detalles del branding- . Tanto la caja como la bolsita olían a Starbucks. Luego se limitó a preparar todo para tomar una ducha, como era costumbre : no había nada mejor y más relajante que una buena siesta desnuda en el suelo del living después de una ducha.



El resto de la semana pasó sin grandes sorpresas, excepto por la minación de “la plaga de la despensa” así la denominaban en ciertos artículos en la web. Malditos gorgojos- pensó-


Tuvo que llamar de urgencia a cuatro empresas de fumigaciones para que se ocuparan de aquel lío. Las dos primeras se especializaban en exterminar cucarachas, con gorgojos no se metían. La tercera cobraba carísimo, y al fin la cuarta, se ajustaba a sus necesidades : eliminaban cualquier bicho que habitara los rincones del hogar, y tenían un precio razonable.


Todo comenzó un jueves, cuando Jaz iba a preparar unos fideos con ensalada. Se dispuso a tirar medio paquete de fideos tirabuzón tricolor a la olla con agua hirviendo, y no solo cayeron fideos: sobre el agua flotaron unos bichos. Unos cuantos. Luego de recuperarse del asco que les produjo, buscó primero un colador chiquito entre los utensilios del primer cajón de la cocina y un embudito, luego tomó un colador más grande que colgaba de la pared. Coló todo el contenido de la olla ( fideos y bichos) y luego pasó el agua por el embudito, volviéndola a filtrar con el colador más chiquito. Cuando terminó la tarea, acerco su vista hacia el colador; contó al menos quince bichos negros. No muy grandes ni muy chicos. Los tiró a la basura, y poniendo nuevamente agua a hervir, otra ves los fideos tricolor a la olla. No iba a tirarlos. De esos paquetes tricolor ya no le quedaban.

Tuvo que inspeccionar el resto de los paquetes abiertos que guardaba en la alacena. Que no eran muchos: tres paquetes de arroz, dos de fideos y no menos de seis paquetes medio vacíos de cereales. Tenía la costumbre de usar varios a la vez sin corroborar previamente si alguno se había terminado antes de abrir otro. Tal vez esa costumbre, su descuido, fuera la causa de la minación de bichos en los alimentos que guardaba en la cocina. En cada uno de ellos habían colonias enteras de bichos. Abuelos, hijos y nietos bichos revolcándose entre los alimentos. Lamentablemente tuvo que deshacerse de todos los paquetes abiertos. Ya no era buena idea comer nada de eso.


Finalmente ese sábado, consiguió que vinieran a fumigar por la mañana. Dos muchachos con mameluco azul grisáceo, cada uno tenía colgando de sus espaldas como si fueran mochilas, un artefacto cilíndrico del que colgaba una manguerita negra. Parecían los caza fantasmas.

Hurgaron por todo su domicilio con minuciosidad absoluta : iban zarandeando la manguerita negra por todos los rincones, deteniéndose especialmente en las alacenas y los rincones de la cocina. Me pidieron que retire todos los alimentos antes de que ellos llegaran – y así lo hizo – porque el veneno que usaban era un poco tóxico.


— No se preocupe si hoy, y mañana sigue viendo algún intruso ¿sabe? Es normal — le explicó uno de ellos mientras se iban — el veneno tiene efecto residual, los va matando de a poco. En menos de tres días ya no los verá más. Ahí vuelva a guardar cosas en la alacena, sin miedo — terminó su explicación el muchacho haciendo con el pulgar la señal del OK.



Para librarse del estrés de la fumigación, esa tarde Jaz quedó con unas amigas de la facultad para encontrarse en la confitería que estaba a dos cuadras de su casa. “Las Magnolias” era un lugar apto para personas sub-cuarenta, y si bien las cuatro chicas no hacían juego con el lugar, seguían eligiéndolo porque era cálido y sobretodo silencioso, en comparación con las cafeterías y bares modernos que habían en todos lados. Pero no solo elegían ese lugar por los decibelios bajos y la calidez: los mejores acompañamientos dulces que se podían pedir, estaban allí. Y ellas amaban esos postres mas que nada. De hecho los sábados después del café y las copiosas tortas ninguna cenaba. Además servían el café mas rico y más artesanal del barrio, según Manuel, el mozo.

Acudir los sábados as Las Magnolias era parte de un ritual.


Jaz no entendía porque tanta necesidad de remarcar que el café era “artesanal”, pero sin dudas lo era. Las propiedades organolépticas del café que servían en Las Magnolias, nos se comparaba con ningún otro. Ni siquiera con esos que se hacen con una cápsula, ni con esos que vienen en polvo para revolver.

Se sentaron a la mesa -la misma de siempre - y con solo hacer un gesto Manuel, solo restaba que les trajeran sus correspondientes cafés.


Entre risas, Jaz les contó sobre la plaga de bichos y como tuvo que llamar a los fumigadores, entre otras cosas.


— ¿Por eso no estamos en tu casa probando el Tinto Café importado? — preguntó una de ellas entre risas


— ¡Me había olvidado de eso! — contestó sorprendida Jaz — Es más, no lo probé todavía.


— Bueno, la próxima deberíamos juntarnos a degustarlo ¿no? Debe ser exquisito — acentuó casi relamiéndose Caro.


Pasaron unos diez minutos mientras iban poniéndose al día, cuando Manuel y otro mozo se acercaron a ellas con las bandejas : uno traía café para todas, y el otro iba depositando con delicadeza los platitos,cubiertos envueltos en servilletas, y las abundantes porciones de tortas. Lemon pie, dos porciones de chocotorta y un cheese cake. Esa era otra de las cosas buenas que tenia ese lugar, y la ventaja de siempre pedir lo mismo : después de la tercera vez que habían ido, los mozos ya conocían sus gustos, y eran atentos a más no poder. Jaz amaba esos detalles al igual que las chicas.



Amante de las rutinas, Jaz hizo lo mismo de siempre : acercó la taza a pocos centímetros de su nariz para sentir el humeante aroma del café. Las chicas se reían.


— No, no puede tomárselo sin hacer la respectiva cata del vaporoso café — decía una de las chicas, mientras hacia unos firuletes en el aire con la mano — ¡ ni que fuera un vino! ¡ no cambias más! Ja ja ja — explotaban de risa cada vez que Jaz hacia aquello de saborear el humo del café durante minutos antes de tomárselo.


Ninguna previó lo que sucedió a continuación.




Jaz se quedó petrificada. Sus músculos de la mandíbula se tensaron, los brazos quedaron repentinamente rígidos ,y sus ojos abiertos a más no poder, la mirada perdida hacia adelante. Daba la sensación de que ni siquiera respiraba.


Pasaron unos diez segundos así cuando las chicas se dieron cuenta de la extraña postura de su amiga


— Ya basta, Jaz, dale, tomate ese café de una vez — comentó una de las chicas entre risas


— Si, después de tantas veces ya no es gracioso, menos si estas haciendo ese acting — prosiguió Caro, comiendo una cucharada de cheese cake al tiempo que interrumpía así sus propias palabras.


Pronto se dieron cuenta de que no se trataba de ninguna actuación. A Jaz le estaba ocurriendo algo. Se quedaron todas en silencio de repente, cuando Jaz de un sorbo se bebió su taza, y luego le sacó de las manos a las chicas las suyas, para bebérselas también. ¿Se había vuelto loca?¡ el café estaba recién servido, sin duda que el café estaba caliente! ¡debió de haberse quemado la boca, el esófago! ¡ que locura! Pensaban las chicas, ya levantándose las tres de las sillas, mirando hacia los alrededores con desconcierto. Aunque además de no entender que diablos pasaba, temían que los demás comensales hubieran visto lo que su amiga fuera de sí, estaba haciendo.


— ¿ Que mierda te pasa Jaz? ¡que estás haciendo! — Mara la tomó de los hombros mirándola fijo a los ojos, pero parecia que Jaz tenia la mirada perdida en cualquier lado. Las pupilas dilatadas, la mirada vidriosa.


— Café. Mas . Café — fue lo único que le escucharon decir a Jaz. Era como un susurro, pero también sonaba como una orden.


Se soltó de las manos de Mara empujándola con fuerza, y se dirigió hacia la mesa de al lado repitiendo lo mismo que con sus amigas; les quitó las tazas de café a las dos señoras que estaban allí sentadas y se las bebió de un solo sorbo. Fue haciendo lo mismo con todas las personas del lugar. Nadie la detenía; la sorpresa y el miedo de todos no lo permitió. Era un bólido humano arrasando con las tazas de café de todos. Bebía con desesperación y se abría camino entre las mesas del lugar sin miramientos: en su camino hacia la maquina de café justo se interpuso sin querer a una señora muy mayor , y la revoleó como si fuera un montón de ropa sucia dentro de un lavarropas contra uno de los exhibidores que tenían toda una colección de pintorescas botellas pintadas a mano destruyéndolas a todas en un santiamén.


Tanto los mozos, como el encargado de Las Magnolias, salieron de atrás del mostrador y fueron corriendo hacia Jaz. Uno de ellos intentó atraparla por la cintura, a fin de detenerla. Sin lograrlo, cayó a sus tobillos mientras Jaz avanzaba desesperada, hacia la parte posterior del mostrador. Su objetivo era llegar a la máquina de expresso y a este paso ya nadie podría detenerla.


Cuando lo alcanzó, a manotazos empezó a comer los granos de café del dispenser. Había enloquecido por completo. Los hombres que intentaron detenerla dejaron de perseguirla. No tenía sentido. Ahora ayudaban a levantarse del piso a los clientes caídos: algunos estaban lastimados, otros seguían arrodillados junto a lo que fueron sus asientos; consternados.

Los demás estaban desparramados por todo el lugar entre vidrios rotos, y mesas patas arriba. Parecía que un pequeño tornado había pasado por allí.

Caro lloraba y se agarraba la cabeza con ambas manos, temblando.


— ¡Ayúdenla por favor! — parecía brotarle una catarata de los ojos cuando gritó — ¡No sé que le pasa!. — Las otras chicas la abrazaron ocultando su mirada. Estaban todas en shock.


— ¡¿Y a nosotros quien nos ayuda?! — le contestó lo mas alto que pudo con la voz quebrada, una mujer que se había roto la muñeca derecha cuando Jaz pasó por encima de ella luego de haberla tirado de su mesa — ¿¡ nadie puede parar a esa loca, por el amor de Dios!?


No tenía noción alguna de lo que estaba haciendo, ni de los daños que había provocado a su alrededor. Esa no era Jaz. Era cualquier cosa menos Jaz.

Continuó mordisqueando y tragando los granos de café como si tuviera un hambre voraz, como si nada más pudiera alimentarla. Se llevaba los granos a la boca con ambas manos, la mitad caía al piso, la otra mitad apenas si lograba tragarlos. Una vez los recipientes quedaron hasta la mitad, los arrancó de su lugar y tomándolos con ambas manos, inclinó lo que quedaba en ellos hacia las fauces engulléndolos, ya ni siquiera lograba masticarlos. Caían los granos directamente a su garganta. Una vez vacíos los contenedores de grano, miró lentamente al suelo; quedaban algunos granos en el piso, entonces se agachó y de rodillas, retomando la tarea comenzó a lamer a comerse lo que quedaba. Cuando se apropió de todos los que pudo, clavó su vista en las dos jarras de café que había en un costado y bebió su contenido como si fuera agua recién salida de la heladera.

Fue en ese momento cuando Manuel tomó una silla, la elevo sobre su cabeza y la tiró con toda su fuerza sobre al espalda de Jaz. La silla rebotó partiéndose a la mitad, desprendiendo una lluvia de astillas de madera para luego caer al suelo rompiéndose ambas mitades por completo. Jaz estaba fuera de sí, y nada parecía poder detenerla. Si siquiera el golpe de la silla la inmutó.

La misma desesperación y miedo que detuvo a todos en sus lugares como muñecos de cera, fué lo que impulso a Manuel nuevamente a intentar detenerla.

Un adolescente y sus amigos que estaban viendo toda aquella escena desde la vereda. Uno de ellos sacó el celular del bolsillo apra filmar lo que estaba pasando, doblado de risa.


— ¡Loca de remate rompiendo todo en Las Magnolias, transmitiendo en vivo! — entre risas grababa el chico.

Uno de ellos le sacó el celular al grito de “¡imbécil!¡deja de filmar eso y llamemos a la policía!”

Es increíble la falta de importancia que los adolescentes le dan a las situaciones caóticas.


No hizo falta que lo hicieran. Se oía de lejos ruidos de sirenas. Varias. Alguno ya lo había hecho.


Cuando lograron darle caza, pudieron tirarla al piso entre tres personas luego de forcejear como un enfermero lo hubiera hecho con un loco; Manuel sujetaba sus muñecas y uno de los clientes se había tirado encima de sus piernas para detenerla. La cara de Jaz estaba cubierta de polvo, los labios llagados, y su mirada fija hacia el techo totalmente perdida. Seguía susurrando:

— Ca..fé. Má...s Caf...é


Su cuerpo se aflojó y a la quietud total le precedieron unos espasmos. Luego empezaron las convulsiones.


Llegaron al lugar dos patrulleros acudiendo al llamado de uno de los clientes. Segundos después una ambulancia estacionaba precipitadamente sobre la vereda, y bajaron de ella los paramédicos alertados previamente por la policía.

Cuando éstos entraron al lugar la escena era la misma que podrían haberse encontrado en un robo escandaloso :vidrios rotos, mesas tiradas, personas diseminadas por todo el salón llorando, y los que consolaban a los que lloraban. En el fondo dos hombres sobre una mujer con convulsiones y alrededor otros tantos de cuclillas mirando más de cerca a la loca.

Rápidamente los paramédicos quitaron de encima a los dos tipos que la sostenían para ubicarla de costado a Jaz, al mismo tiempo que los policías le gritaron a todos que se retiraran; colaboraban haciendo lo suyo con el resto.

El más robusto de ellos se quitó rápidamente la chaqueta, la bolló para ponerla debajo de la cabeza de Jaz. Pasaron unos seis minutos hasta que dejó de convulsionar, espuma marrón brotó de sus llagados labios. Pero estaba inconsciente .Cuando le tomaron el pulso, no se lo encontraron


— ¡rápido!— gritó uno de ellos al radio que le colgaba de un bolsillo — ¡RCP urgente! ¡No tiene pulso! .

Un tercero llegó corriendo de la ambulancia con una maleta cuadrada y desplegaron todo un operativo de resucitación. Las amigas de Jaz estaban en la vereda llorando, sin saber que ocurría allí adentro. Caro en el piso agarrándose las rodillas, las otras dos no paraban de decir “no lo puedo creer. No lo entiendo. No lo entiendo”. Cada vez más transeúntes se amontonaban para mirar. Es increíble el morbo que tiene la gente ante el desastre.


Trataron de devolverle la vida usando el desfibrilador unas tres veces, haciendo levantar su cuerpo cada vez sin lograr despertarla. Mientras continuaban con las maniobras de reanimación cardiopulmonar, la subieron a una camilla.

Estaban sujetando unas cuerdas alrededor de su cuerpo para trasladarla, sin dejar ni un solo segundo de intentar la reanimación, cuando un enjambre de bichos marrones comenzaron a salir de ambos oídos y la nariz. Cientos de ellos. Jaz continuaba muerta sobre la camilla.





La muerte de Jaz en Las Magnolias fue descripta el los diarios locales, y en diarios digitales de todo el mundo. Ayudó a que eso pase, la viralización del video que subió a las redes un joven anónimo, en el que se ve mucha gente aglomerada en una cafetería, y de fondo, una chica convulsionando.


El parte forense, sentenció que la chica perdió el conocimiento luego de que su cuerpo fuera colonizado por unos insectos – la “broca del café”- . Corroboraron que efectivamente así fue, luego de dos testimonios: el que dieron sus amigas, el mismo fue constatado con personal de fumigaciones de una empresa que no trascendió aún el nombre.

En la declaración de las amigas, dejan en claro que la víctima no consumía drogas ni estupefacientes de ningún tipo. Lo mismo dijeron sus familiares, no había antecedentes de ataques psicóticos, ni enfermedad de ninguna índole.


Resulto ser que Jaz, había adquirido un paquete de café traído de otro país, el mismo contenía larvas y pupas de dicho insecto. Si bien creyó que en su casa habían algunos gorgojos, y por ello contrató los servicios de una empresa de fumigaciones, pero en realidad se trataba de otra especie.

Los medios de comunicación saturaron a los entomólogos forenses de todo el mundo : querían explicarles a la gente como era posible que un insecto se metiera en el cuerpo de alguien, adueñándose de su cerebro, someterlo a su voluntad, para luego causarle la muerte. ¿ debían las personas preocuparse? ¿ que precauciones debían tener?


El New Yorker fue el primero en dar una respuesta varias semanas después del incidente de Jaz: luego de entrevistar a a Dra. Meryl Jackson, una reconocidísima entomóloga consultada en casos de difícil resolución por organismos de todo el mundo. Si bien escapaba totalmente a su campo de investigación, y nunca un caso de Broca del Café necesitó consultarse para resolver nada, esta vez fué diferente. Todo giraba en torno a la plaga del café.

La broca del café era una plaga conocida entre los trabajadores y productores de los cafetales, si bien era controlada y hasta el momento jamás había dado mayores problemas. De hecho era la primera vez que sucedía una cosa así en un humano. Y sin ir mas lejos; en un ser vivo.

Estos insectos son verdaderos cafeinómanos, decía la Dra. Jackson. Y los estudios alrededor de estos, solo tenían que ver con su control para que no afecte a las cosechas, ni echaran a perder la calidad de la siembra de café. Solo eso.

Después de lo sucedido con esa chica se hicieron estudios muy puntuales, para poder entender que fue lo que sucedió. Y finalmente pudieron entender. Lo que sigue es un extracto de la entrevista con la Dra jackson:


una gran cantidad de larvas fueron depositadas por insectos adultos de la Broca en algunos orificios del cuerpo de la víctima, como el informe forense pudo comprobar. La mayor parte de ellos fueron en nariz y oídos, aunque encontraron algunos -pero en menor cantidad – en el orificio anal. Esas larvas crecieron naturalmente en un medio que no era habitual de ellas, y por mero acto de supervivencia, buscaron la forma de suministrarse cafeína a si mismas, para subsistir. Es de lo que se alimentan . Entonces La broca del café adulta se acopló a los ganglios basales de la víctima, modificando sus patrones de conducta y “haciéndole creer” que comer granos de café y beber café a raudales – a costa de lastimarse el aparato digestivo a causa de lo caliente que era el café que esa chica ingirió, por ejemplo- eran un acto fundamental para su propia supervivencia, cuando en verdad, nada está mas lejos de la realidad. Bien sabemos que la ingesta de cafeína no es bueno para el organismo.

Ella no estaba siendo consciente de lo que hacia, perdió totalmente el control de sus actos, no tenia necesidad de pensar en lo que estaba haciendo, ya que estaba actuando de manera automática; ese sector del cerebro funciona así una vez realizada una acción, ya no hace falta racionalizarla demasiado; se automatiza. De hecho estos insectos no gastaron nada de energía en “enseñarle” a su víctima que debía ingerir inconmensurables cantidades de café; solo tuvieron que ingeniárselas para conquistar sus ganglios basales una sola vez. Es un acto de adaptación al ambiente realmente increíble. Prácticamente actuaron como rémoras : parasitaron su cerebro por completo, para que puedan darse una idea


Una vez que estos insectos tomaron completo control de sus ganglios basales, creemos que a través de la segregación de alguna sustancia que aun no podemos determinar, pero continuamos investigando.

De alguna manera voluntad de insecto se hizo una con la voluntad de la víctima, y eso la llevó a una sobredosis de cafeína que finalmente, acabó con su vida.


Las convulsiones fueron producto de la sobredosis de cafeína, y su posterior muerte, el resultado de una sobre exigencia coronaria, por supuesto.”





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