Miedos detras del alcohol . Escribe Lorena_edo.tensei

 

                                                                    Créditos de la imagen: Peter H by Pixabay

 

Hace unos años fui a Ugarteche. un pueblo de Mendoza. Podría haber ido a cualquier lugar, pero había ganado un voucher para boletos en micro por el valor de 3000 pesos argentinos, y el único lugar cuyo boleto costaba justo ese valor, era Ugarteche. Así que elegí canjear mi premio para ir a conocer ese lugar.

Unos días antes de ir, busque información acerca del pueblo y en Wikipedia decía que su población era de unos seis mil habitantes ( que en comparación a la cantidad de gente que vive en Buenos aires por ejemplo, podría decirse que Ugarteche es un pueblo fantasma prácticamente ) y fue fundada en 1901 por Don Francisco Abel Ugarteche Reyes. De ahí el nombre del pueblo. No quería ir de turista a un pueblo sin saber, al menos, el origen de su nombre.

En la página de Wikipedia no había mayor información, decía cuantos kilómetros de extensión tenía, que su economía estaba basada en la industria vitivinícola y había varias fotos, la que mas linda me pareció fue una que al pie de la foto decía “atardecer en el río Abelito” . El fundador, seguramente después de ponerle el nombre al pueblo se habrá dedicado a ponerle nombre a todo lo que encontraba. A lo Darwin.


Sin más información que esa, llegó el día del viaje. Tenia arreglado parar en unas cabañas a pocas cuadras del centro, así que mi destino era llegar allí.

Ugarteche me atrapó de inmediato. Tal vez hubiera sentido lo mismo en cualquier otro pueblo del interior, pero que mas daba, estaba ahí. El aire puro llenó mis pulmones: mentiría si no dijera que podía percibir un aroma a mosto en el aire. O Tal vez fueran ideas mías.


Una vez terminé de acomodar mis cosas, me puse las zapas de running -que las usaba para caminar cómoda, claramente no hago running- y salí a recorrerlo todo.


Asi llegue al Abelito después de caminar una hora aproximadamente, y me tire un rato a descansar. Daba gusto aquel paisaje. A pocos metros de donde estaba, ví un cartel de madera, cuyas letras talladas rezaba “Estancia flores de Uco” . Fui hacia el cartel a sacarme unas fotos para que todos supieran que estaba en una estancia. Esa foto me dió 586 corazoncitos en diez minutos.


La estancia era un verdadero museo del vino, a pocos pasos de la entrada ya podían verse los viñedos (nunca había visto uno) . Llegué hacia lo que parecía ser una recepción, y el buen muchacho que estaba en el zaguán, tomaba mate. Tendría muy bien llevados treinta años; me apreció un tipo muy lindo. Era rubio, tez clara. Sus facciones eran sumamente armoniosas.

Ni bien notó la llegada de una persona, se puso de pie y salió a recibirme. Noté una expresión de inteligencia en sus ojos, que al encontrarse con los mios, noté más brillosos.


Me invitó a pasar, y me dio un recorrido del museo del vino – como el me dijo que se llamaba­ de manera totalmente espontánea. Nos dirigimos hacia adentro y comenzó la visita improvisada entre cuadros conmemorativos, algunas esculturas de los fundadores del pueblo y barriles viejísimos. La mezcla de olores era exquisita : roble, vino y humedad. Para nada desagradable, estar allí era realmente como haber entrado a una dimensión diferente, unas cuantas centenas de años atrás. Estaba encantada.


—No es muy común recibir visitas, ¿sabe? — me iba diciendo Camilo, ese era el nombre dek muchacho — por lo general traen contingentes turísticos unas dos veces al año, y nunca son mas de 10 las personas que vienen. Además — replicó un poco aburrido — suelen ser personas bastante entradas en años, que solo vienen por curiosidad, ni siquiera prestan atención a la parte histórica del recorrido. Ni siquiera al paisaje que tenemos. Desde que ponen un pie en la estancia ya preguntan si es verdad lo que cuentan del vino, y si pueden probarlo. No saben lo que dicen concluyó, mirando hacia el suelo con tristeza. Me sorprendió su reacción, pareció apagarse de repente.


— Pero esa es la idea ¿no? — le contesté mientras seguíamos caminando — la gente que viene a Mendoza, busca bodegas para degustar, y cosas así. Sin ir mas lejos allá hay un montón de quesos y copas , que incitan bastante a la cata — le respondí cruzándome de brazos con cierto aire divertido.


— No, no, claro, eso es lógico. Pero aquí es diferente : solo vienen a ver que tanto hay de cierto en los rumores del vino del miedo. Y uno que vivó y se crió en estas tierras, ¿que decirle? Nos molesta que vengan solo por ello. Mire usted, venga— me decía mientras me conducía a un ventanal que teníamos cerca y ponía sus brazos detrás de la espalda, como quien se prepara a contemplar un cuadro. Se paró solemne frente al ventanal— este valle, los viñedos, las montañas a lo lejos. Somos mas que una leyenda. Nos ofende bastante la curiosidad de los que vienen por una cosa tan menor, ¿vió? Tener que soportar las preguntas ridículas sobre el vino. Nuestro vino. Es pagana la curiosidad de los que vienen. Una falta de respeto que nos duele . No se trata del vino, es la intención, el porque se lo fabrica lo que importa… — Emitió un suspiro hondo y se quedó en silencio contemplando el valle.


Me quedé como de piedra cuando terminó su patriótico discurso mendocino ¿ de que carajos estaba hablando? Realmente nunca se me ocurrió que se tomaran tan a mal que las personas vinieran a hacer turismo atraídas por las bondades del vino. De hecho, hasta me sentí algo molesta: tenía entendido que toda la industria del vino era uno de los pilares – sino el único – de la economía de la provincia. ¿Y este Camilo se sentía ofendido por ello?

Pero había algo que no había entendido. Mencionó una leyenda, unos rumores. Tal vez estaba entendiendo todo mal. Tenia que preguntarle a que se refería con todo lo que acababa de contarme.


Interrumpí su contemplación casi con vergüenza, pero era tal mi curiosidad que me animé a continuar la charla


— ¿Porque tanta molestia con las personas que quieren probar el vino de su estancia, Don Camilo?— elegía a propósito referirme de esa manera a el, quería que entienda que mis preguntas eran formuladas con respeto .


¿Ve? Ahora usted resulta ser igual que todos los que vienen a chusmear. — indignado, bufó y se empezó a alejar de mi hacia la entrada y se paró de repente. — oiga, hágame el favor de marcharse por favor. Puede recorrer la estancia si desea, pero yo tengo otros asuntos que atender. Gracias por su visita.


Siguió su camino hacia la entrada del museo, dejándome sola frente al ventanal, más confundida que antes y lo perdí de vista. Descolocada, me llevé las manos hacia la cara y mirando alrededor, sentí que debía marcharme. Camilo fue sutil, pero concretamente me había invitado a que me retire.


Cuando alcancé el umbral de la puerta, lo vi sentado en su sillita tomando mate nuevamente. Había exagerando cuando dijo que tenia cosas que atender.


Me disculpo, señor. No fue mi intención ofenderlo. Aunque sigo sin entender cual es el motivo de la ofensa— le dije respetuosamente. Y sin esperar respuesta finalicé diciéndole con una sonrisa de oreja a oreja— fue usted muy amable al enseñarme el museo de la estancia. Es un lugar increíble.

Pfft — chistó él sin siquiera mirarme, restándole importancia a lo que acababa de decirle.


No continué recorriendo la estancia, solo me dirigí hacia la entrada y volví al centro del pueblo.


No podía parar de pensar en lo que aquel sujeto me había dicho. Quise entender su molestia, pero era claro que ya no volvería a hablar con el. Lamenté no tener señal en el celular para poder buscar si existía alguna leyenda, o historia acerca del valle y sus vinos. Y en caso de haberla, ¿porque los lugareños se ofendían si un turista preguntaba?. Pero por otra lado, hubiera sido tonto de mi parte buscar en Google, siendo que podría encontrar respuestas si charlaba con la gente del pueblo. Necesitaba entender que historia había detrás de el exabrupto de Camilo. Y en caso de que no hubiera historia, era pertinente saber que su exageración era parte del delirio de un loco.


Esa misma tarde, embarcándome en una labor periodística que nadie me encargó, me dirigí hacia el bar “ Los Aromos”. A diferencia del resto de los restaurantes y casas de comidas el lugar , que no eran muchas, Los Aromos me pareció el menos turístico de todos. Era evidente que aquel sitio era el elegido por los vecinos del lugar. Me pareció un buen lugar para comenzar a recaudar información.



En el bar habían dentro solo seis personas, incluyendo al mesero y un cajero que hacia a la vez de barman. Ese estaba detrás de la barra leyendo el diario. De las personas que se encontraban allí, ninguno tenia menos de cincuenta años. Estaban dos hombres a la mesa, frente a un tablero de ajedrez y dos parados a cada lado de los jugadores, como si fueran sus guardaespaldas.

Al entrar, saludé a todos con un tímido y alargado “buenas tardes” y todos me miraron de inmediato. Sin darle importancia a la incomodidad que noté en la mirada de todos, elegí una mesa cerca de la ventana y apoyé mi bolso en la silla que tenia a mi lado.

Siguieron en lo suyo, se ve que importuné la concentración de todos al interrumpir un apretadísimo juego de ajedrez.


Cuando el mesero se acercó me dijo que ese lugar no era para turistas – cosa de la que ya me había percatado- y que lo único que podrían servirme era un café que nada tenia de digno para el refinado paladar porteño . Literal, me dijo eso. Con la sonrisa más amable que me salió, le pedí que me sirviera ese café de todas maneras, y que no se preocupara, en realidad no buscaba el mejor café del planeta : yo quería hablar con ellos. Saqué de mi bolso un block de notas y una lapicera, que siempre llevaba con migo, y puse ambas sobre la mesa. Le pregunté si me acompañaba con el café, mientras le hacia unas preguntas. Tuve que mentir. Me presenté como Juana Saucedo, periodista de la revista Esparta, de Buenos Airesfué el primer nombre que se me vino a la cabeza- . Estaba allí buscando una nota para la revista. La actitud del mozo cambió de inmediato. La casa invitaba el café. Minutos después, estaba sentado frente a mí con la mayor predisposición para hablar que jamás tuvo conmigo un hombre.


Trajo dos café en unas tazas que parecían la herencia de alguna bisabuela. Amarillentos, con los bordes dorados. Los platitos con decoración de aves hacia juego con las tazas. El brebaje humeante no sabía nada mal. Definitivamente el mio no era un paladar de sommelier.


Cuénteme señorita Juana, ¿acerca de que es la nota que quiere escribir? Preguntó con sumo interés el mozo mientras arrimaba la taza a sus labios dándole un sorbito al café me siento honrado ante la presencia de una periodista en mi bar. Debo confesar que una visita de esta envergadura jamás me ha sucedido.

Era gracioso ver como levantaba en el aire – casi de manera vertical- el dedo meñique de la mano que sostenía la taza. Más gracioso aún eran los movimientos hipercoordinados entre platito y taza cada vez que bebía un poco. Las subidas y bajadas eran milimétricas.

No voy a dar muchas vueltas, señor… ¿ perdón, cual es su nombre? le pregunté

¡Nada de pedir disculpas! Se me escapó a mi el detalle de presentarme. y extendiendo su mano hacia la mia, me dio un apretón efusivo mi nombre es Gervacio. Don Gerva, para los amigos .

Un placer, Don Gervacio le respondí con una sonrisa. como le decía, no voy a dar más vueltas. Vine para saber todo acerca del vino del miedo.


Don Gervacio se ahogo con el café y atinó a acercarse una servilleta a la boca para toser tranquilo. ¿que le pasaba a los Ugarcheteniensies?


Perdóneme, señorita Juana, es que no esperaba que me preguntara eso. replicó mientras se terminaba de emparejar el bigote despeinado por el ataque de tos. Es un asunto muy serio ese, no se si debería hacer una nota sobre ese tema, si me permite la observación. ¿como supo lo del vino del miedo, si se puede saber?dijo al tiempo que iba acercando su silla más a la mía. Al finalizar su pregunta, casi susurraba las palabras.


Abriendo el block de notas, y entrando de lleno en mi papel de periodista, entré en acción:


Vine a este pueblo para hacer una reseña del lugar. Lo típico: comidas autóctonas, festividades, personajes históricos del pueblo… hacer un retrato de la gente y sus costumbres. le explicaba mientras ponía azúcar a mi café, evitando que me mirara a los ojos, con la intención de que no descubriera mi mentira. Claro que yo no era periodista, ni trabajaba para ninguna revista. Yo estaba ahí porque me gané un viaje y nada más. Pero mi curiosidad estaba ahí, arremangada buscando saber que pasaba con eso del vino del miedo. Y si tenía que fingir lo iba a hacer.por eso vine a este bar, Don Gervacio. continuéSentí que acá encontraría personas honestas que me compartieran una historia. Claro que si no se siente cómodo con el tema, puede usted hablarme de cualquier otro tema, pero sería la primera vez que aparecería en medios gráficos la historia del vino del miedo, pondría su nombre en los créditos.


Creo que toqué un poco el orgullo del viejo. Que le dijeran que su nombre aparecería en una revista fue clave. Se dispuso a contarme lo que yo quería saber. Cruzando una pierna sobre la otra mientras apuraba el último sorbo de café, comenzó con su relato :

Hace muchos años; muchos, muchos antes de que yo naciera, todo este valle estaba desierto. Eso es evidente, somos dentro de todo un pueblo joven. Cuando Ugarteche llegó a este lugar, dicen que vino buscando tranquilidad y campos con los que pudiera fabricar su sustento. Una de las cosas que se sabe, es que él descubrió que el clima del valle es ideal para la siembra de la uva; si antes de que el llegara ni esto era un paraíso de viñedos, ni Mendoza era conocida en ninguna parte por ser el edén del vino, como lo es hoy en día.

Así que no solo fundo el pueblo, sino que fue un visionario. Él fue el primero en el arte del vino.


Enconces, como le iba diciendo. Nuestro fundador no llego solo, vino con su familia; dos hijas, su esposa, y el novio de la mayor , Camilo Velázquez, que era el que tenia el dinero suficiente para costear los gastos de su excéntrico suegro. Tenía mucha plata porque allá en España parece que había sido un alquimista exitoso. Hay en la Biblioteca algunas vitrinas en las que se pueden ver papeles con fórmulas y anotaciones del yerno del fundador... Podría ir a verlos usted misma, señorita Juana. Seria lindo que lo ponga en la revista.

El yerno de Ugarteche sabía fabricar linimentos para la tos, brebajes que curaban el resfriado, la neumonía, y los dolores de cabeza

El Camilo estaba dispuesto a probar una nueva vida al otro lado del mundo, con tal de tener la mano de Sara, la mayor del señor Ugarteche. Y el viejo era excéntrico pero ningún zonzo; el pretendiente de su hija le abría las puertas para jugar a ser Cristóbal Colon, descubriendo tierras vírgenes en América. El lo solventaría todo. Y así fue: llegaron acá, se apropiaron de toda la tierra que quisieron, y si algo hay que reconocerles es que no fueron egoístas, a los que estaban interesados en aprender el arte de la uva, se lo enseñaban. Y si querían tierras para cosechar, se las vendían. Eran ingeniosos, de eso no le quepa la menor duda.

Camilo Velazquez no era peón de nadie, y eso Ugarteche lo sabía bien. Que mas daba que el yerno fuera un mariquitas paliducho, tenia dinero y eso era lo importante. Que pasara la mayor parte del día encerrado inventando remedios, controlando su quintita de yuyos para jarabes, no le importaba en absoluto: si la empresa de los viñedos fracasaba o si venia una mala cosecha, los dones naturistas de su yerno, se harían cargo de todo.

Unos años después de haberse instalado, y que hubiera llegado más gente , atraídos por la gran demanda de trabajo que requería el campo, de a poco el pueblo fue tomando forma, Al fin Don Ugarteche cedió la mano de su hija mayor en matrimonio. Al fin Camilo y Sara serian marido y mujer. Al fin haber atravesado el Atlántico tuvo sentido.

Para las nupcias, los casi cincuenta habitantes del pueblo estaban reunidos en la capillita del centro de la plaza, que para ese entonces recién se estaba construyendo, casualmente hay fotos de la boda también en la biblioteca, señorita Juana.

Don Ugarteche les regalo a los novios una gran extensión de tierra, allí donde estaba la segunda mayor producción de uva del pueblo, los recientes novios eligieron el nombre “Estancia Las flores de UcoEso de Uco es muy gracioso; Uco era el perro del matrimonio, y como a todo bicho de esos, le encantaba destruir las flores de Sara. A pesar de eso amaban a su mascota, y bueno… eligieron para la estancia ese nombre.

Pero el destino a veces es muy amarraigado, ¿vió Señorita Juana? A los pocos meses de celebrar el casorio, Sara enfermó de cólera. Y Camilo entró en pánico. Claro, esperó tanto para poder tener a su mujer, y ahora una enfermedad se la robaba. Desesperado, comenzó a buscar un remedio para el cólera que el no conocía. Dicen que en vez de pasar las últimas horas junto a su agonizante esposa, estaba encerrado en el galponcito de la estancia tratando de inventar la cura para su mujer. Que lo veían arrancando las matas de su huerta, y volviendo al trote al galponcito para seguir trabajando. Y finalmente un día, dice que un ángel le dijo en sueños que la cura estaba lista, que vaya a dársela a Sara para que deje de sufrir. Eso suena un poco a cuento, si me permite la observación, pero ¡ quién sabe! Está escrito en los diarios de Camilo que también puede verlos en la biblioteca.

Dicen que se arrodilló frente a su esposa moribunda y embebiendo un algodón le hizo beber de a poco el brebaje que el mismo fabricó para curarla. La mujer abrio los ojos de golpe, puso los ojos en blanco un segundo – todo eso esta en los diarios, como le decía- y comenzó a llorar. Presa del pánico, emitía gritos horrorosos diciendo que quería morir, que aquello que estaba viendo era insoportable, que las bestias querían matarla. Que se levantó de la cama como alma que lleva el diablo, y echa bolita, temblando de fiebre en un rincón de la habitación no paraba de gritar que la estaban por matar, que no resistía más que veía cosas horrendas. Dicen que Camilo quiso hacerle un lavado de estómago, pensando que por error el dio a su mujer el remedio demasiado concentrado, salió corriendo a buscar los elementos necesarios para el lavado pero cuando volvió, su mujer se había quitado la vida.

Imagínese, imagínese el espanto que debió haber sentido ese pobre hombre al ver a su reciente esposa muerta. ¿le digo como se quitó la vida? Con una cuchilla. Se la clavó en ambos ojos, y luego se corto la vena del cuello. Dicen que quiso cortarse las venas de la muñeca también pero no habrá tenido fuerzas para ello.

Entonces Camilo, devastado dedujo que el responsable del suicidio de su mujer fue el brebaje, produciéndole aquellas visiones. Él la había matado creando una cura equivocada. Pero más asesino fue el ángel que le dijo en sueños que el remedio estaba listo. Y se puso furioso con los ángeles, y por deducción, con el mismo Dios, porque le dieron una señal equivocada, y fue por eso que prendió fuego la iglesia. No se si habrá notado señorita Juana que nosotros no tenemos iglesia en el pueblo. Aquí el que quiera creer en dios, va los domingos a la misa del pueblo de al lado.


Dicen que mientras la iglesia ardía sacó de su bolsillo un frasco pequeño, y bebió su contenido. Le pasó lo mismo que a su esposa. Los gritos, el llanto, la desesperación, luego el suicidio.


La estancia de ellos quedó clausurada muchísimo tiempo. Hará cosa de veinte años, mas o menos los del municipio la abrieron, para darle algún provecho, al fin y al cabo eran tierras muy fértiles -si se les daba uso, claro - y bueno, se imaginará lo demás. Los empleados municipales abrieron el galponcito , de curiosos nomas, si eran criaturas ¿que tendrían 23, 20 años? por juguetear, abrieron varias botellas de las que encontraron , y bebieron unos sorbos. Eso lo cuenta el único que no murió. Porque no se atrevió a beber nada . ¿Puede creer usted señorita Juana que a esos chicos les sucedió lo mismo que a Sara y a Camilo? Yo conocí al que no murió, era mi primo mire usted.

Cuando ocurrió aquello el me contó que si tenia que describir con una palabra lo que vio en las caritas de esos pobres chicos era : miedo. No se que tenia el contenido de lo que bebieron, pero les hacia sentir miedo. Y se morían , bueno, se suicidaba justamente por eso: no soportaban el miedo. Vaya uno a saber que les pasaba por la cabeza después de beber eso.

Como le digo, con el paso de los años se decomisaron todas la botellitas y cositas que nadie hasta el momento quiso tirar, por respeto al alma de los que murieron, pero hoy de eso ya no queda nada. De hecho de la estancia, hoy solo quedan las ruinas. Los campos, - que eran y son – los más fértiles de todo el valle, esos los alquilan por temporadas, se que hay listas de espera ¡ hacen listas los productores de otros lugares para poder sembrar allí! Pero nadie se acerca a la estancia. No por miedo, sino por respeto.

Es una leyenda del lugar, es cierto, pero no podemos dejar de guardarle mucho respeto a las almas de la señora Sara, Camilo, y los tres críos que se suicidaron últimos, por curiosos, unos pocos años atrás.

De allí lo que todos conocemos como el “vino del miedo”, señorita Juana. Es una historia muy triste, llena de cosas que yo no se explicar. Bueno, ni yo ni nadie. Pero todos los pueblerinos honramos la memoria de los fenecidos.


Si me pregunta a mi , y perdóneme que me emocione un poco, pero pienso que si bien la muerte de Don Camilo fue horrible y no se la deseo a nadie, fue un acto de amor. ¿sabe? El probo el vino del miedo, el vino que el mismo creó, para saber exactamente, para vivir en carne propia que sintio su mujer antes de darse la muerte ¿sabe? Todos acá en el pueblo pensamos lo mismo, y nosotros le tenemos mucho respeto a la historia por eso. Solamente por eso…”



Cuando terminó de contarme la historia, los jugadores de ajedrez estaban todos alrededor, escuchando el relato de Don Gervacio en completo silencio. La tarde ya se había acabado hacia rato y se oía solamente el cantar de los grillos y el zumbido de algunos mosquitos. Luego de hacer una larga pausa, Don Gervacio pareció recordar algo. Y sin esperar más, me preguntó interponiendo entre nosotros ambas manos hacia adelante, como frenando el aire.

Usted misma dijo que en ningún otro medio se habló de la historia del vino del miedo. Entonces ¿ como lo supo?


- Lléveme por favor a esa biblioteca, por favor, Don Gervacio.


Tendrá que ser otro día, señorita, a esta hora ya está cerrada, ¿sabe? sonrió como excusándose. Pero puede usted misma ir mañana. ¿para que quiere ir? Yo sabía que no iba a creer mi historia dijo golpeándose una pierna con la mano y mirando hacia los jugadores de ajedrez. Sepa que le conté todo esto porque me pareció usted una persona hecha y derecha, señorita Juana, pensé que usted era una profesional. Lamento haberle contado todo esto y poniéndose en pie me gritó ¡Retírese, hágame el favor!


Yo realmente estaba más descolocada que nunca. ¿cómo iba a explicarle a esa gente que no era por incredulidad que quería ir a la biblioteca a ver esos documentos? ¿ y si esa tarde el Camilo de la historia era el que habló conmigo? Era una locura.



Óigame, Don Gervacio, no se como decirle esto dije levantándome de golpe y apoyándome con ambas manos sobre la mesa, mirándolos a todos, con una seriedad y determinación en el rostro como nunca creo haber tenidoEsta tarde estuve en la estancia. Yo hablé con Camilo. El me habló del vino del miedo. No sabía porque se ofendió cuando le pregunté de que se trataba, pero me echó del lugar. Es por eso que vine acá, buscando una respuesta. Quería saber que era eso del vino del miedo.


El aire del lugar, literalmente se cortaba con una tijera. Luego uno de los jugadores de ajedrez rompió el silencio helado del lugar, golpándo ambas manos en un aplauso.

¡Já! ¿Y usted cree que vamos a creerle eso que está diciendo?dijo el más viejo de ellos al tiempo que se acercaba a mi señalándome con el dedo anular como haciendo una advertencia.


No puede ser.espetó Don Gervacio.


Me sentí molesta, ¡me estaban acusando de estar inventando que estuve en la estancia y que el Camilo ese me había echado! Ya de por si la historia que acababa de contarme Don Gervacio era bastante agarrada de los pelos. En todo caso, debería ser yo la que no les creyera a ellos. En ese momento recordé que me había sacado una foto en la entrada de la estancia. Les mostraría la foto, para que vieran que efectivamente, estuve ahí.


Abrí Instagram y busque el último post. No solo la foto no estaba, sino que la última foto que había subido, tenia fecha de hoy, y solo llevaba veinte minutos de subida. Tenia 125 likes. Era una foto donde estoy sentada en lo que parece ser una plaza, con una fuente de aguas danzantes detrás. Un muchacho está sentado al lado mio, sonriente al igual que yo. Rubio, tez blanca, esa expresión de inteligencia en la mirada...

No había forma de que esto estuviera ocurriendo. No era posible.

 

***

- Algunos datos son ficticios, otros son medio reales

 

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