La puerta pintada de azul - Escribe Ariel Zapata

LA PUERTA AZUL:




Siempre fui de llegar con los minutos contados sea cual sea el lugar al que tenga que asistir.

Se podría decir que la puntualidad no es una virtud con la que pueda alardear.

¿Pero llegar tarde al viaje más prometedor de mi vida? Hoy lo veo demasiado extremista.

Y no es que me haya quedado dormido. Por el contrario, la noche anterior después de separar, planchar y enrollar minuciosamente la ropa que llevaría, pude descansar tranquilo. 

Solo quedaba  armar la mochila, demasiada simple comparándola con cualquier mochila deportiva moderna y más todavía si se compara con los diferentes modelos de los mochileros con la que mi pequeña mochila azul marino se cruzaría en el camino. 

Para la despedida, me acompañaba Patricia. 

Con el tráfico pesado en la autopista y -como es mi costumbre- los minutos contados, la ansiedad contenida desde hace meses se fue transformando en un nudo de nervios, desesperación y necesidad de llegar a tiempo a la estación de trenes en Retiro. 

El boleto marcaba como hora de partida las 10:15hs, pero el portón que daba la bienvenida al andén que apañaba sobre sus rieles al impecable tren cerraba sus puertas 9:30hs.

Llegamos a las 10:00hs. 

Al mismo momento en el que el encargado de vigilar el acceso decía que ya no se podía abrir, mi cara se puso pálida, el corazón me daba la sensación de empezar a latir al mínimo necesario para seguir de pie, la mirada quedó perdida y a lo lejos avisté la pequeña pero surrealista puerta azul del vagón que me separaba de miles de anécdotas, personas increíbles por conocer, paisajes imponentes y habilidades que ni podía imaginar que era capaz de desarrollar. 

Todo eso inaccesible por las rejas de la entrada que me separaban de aquella puerta y abarrotaban mi libertad. 

Mi cuerpo se paralizó por completo, quedé perplejo, anonadado, no tuve reacción en ningún momento. 

Para mi suerte me acompañaba Patricia, que junto con una voluptuosa familia con varios niños que también tenía que subir, empezaron a discutir, ya que de otra manera perderíamos los boletos.

No sé bien cuanto tiempo paso ya que perdí la noción y todo iba en cámara lenta, pero aún más lento iba yo que si mal no recuerdo ni llegue a moverme. 

Solo pude quedarme quieto detrás de las rejas que me separaban del viaje que había estado planeando en mi mente durante meses y sentía como todos esos planes los desechaba a la basura por el mismo motivo que tantas veces fui criticado, llegar tarde a todos lados.

Por fin, sin haber hecho nada al respecto y después de quien sabe que tiempo, el vigilador de tickets, portero, cerrador de portones y sueños de gente, fue a consultar al maquinista que ya estaba calentando el motor del tren, que posibilidad había de que nos deje pasar.

A la seña con su brazo que indicaba que nos apuremos y Patricia espabilándome con empujoncitos para que empiece a caminar, las rejas que me separaban del vagón se abrieron dando paso a los próximos metros donde se encontraba la ya no tan pequeña, sino esplendorosa puerta azul que reconocía la iniciación a mi primer viaje como mochilero, que sin saberlo ya había comenzado.

 



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