El miedo detrás del alcohol- Escribe Ariel Zapata


                                                    Créditos de la imagen : Rudy and Peter Skitterians by Pixabay



La semana pasada Maxi y el negro la descocieron. Se mandaron un matambrito a la pizza orgásmico.

Y nada, todos ya sabemos la calidad del Hetito en la parrilla, en realidad ese fue el motivo por el que rompimos la rutina.

La idea era sacarle la responsabilidad de que cada 15 días, tenga que ser él quien pase horas en la parrilla para agasajarnos a todos en nuestras juntadas, mientras los demás jugábamos al truco o al fútbol tenis.

Sabemos que lo disfruta, lo hace con pasión y cariño. Pero cambiar los roles nos pareció más democrático y además al mismo tiempo un desafío.

Aparte, ponernos a prueba ante la mirada crítica de los pibes genera una adrenalina que te hace sacar lo mejor, explotar tus habilidades al máximo. Y si las habilidades se quedan cortas, entra en juego el lado salvaje, las estrategias y confabulaciones para salir bien parado ante la situación. Sea como sea.

La semana pasada quise meter una excusa; no sabía si iba a poder estar porque andaba corto de guita, entonces empezaron a chicanearme con que deje de hacerme el boludo, que me tocaba a mí esta vez encargarme de la parrillada (aunque para terminar la vuelta también falta Nico) y que hace años convertimos las juntaditas en un ritual y nunca faltó nadie, varias veces hicimos la vaquita cuando alguno no tenía plata.

Sabía que no estaban equivocados, pero jamás en una discusión con los pibes se puede dar la razón al otro. Hay que buscar un argumento, cualquiera, y por más pete que sea defenderlo a toda costa y a cualquier precio.

Cuando empezaron a decirme que era porque no sabía que hacer para deleitarlos en la parrilla, que todos los pibes la estaban rompiendo y ya me había quedado sin ideas de que receta podía hacer, saqué chapa con mi familia. Nos conocemos de muy chicos y saben que vengo de generaciones y generaciones de parrilleros. Así que, para no quedar mal, termine poniendo la vara muchísimo más alta de lo que ya estaba.

Error que me costó demasiado caro.

Se viene navidad y yo lo tengo muy claro: la que va para romperla, es hacer una buena bondiolita con mostaza y miel.

Lo que nunca se podrían haber imaginado los chicos, es que el problema nunca fue que no sabía que era lo que iba a tirar a la parrilla. El problema, en realidad era mucho más grave:

¡Nunca hice un fuego decente en mi vida!

Vi como lo hacían ciento de veces: ponen diario viejo (si es Clarín o La Nación dicen que tiene un éxtasis extra), algunas maderitas, un par de carbones chiquitos para que prenda rápido y le mandan mecha.

Maxi la otra vez hizo una espectacular poniendo la bolsa de carbón entera arriba del cajón de pollo.

Lo hacen parecer súper fácil, pero dos o tres veces intenté hacerlo en casa y nunca se prendía del todo el carbón, no llegaba a quedar blanco, tiraba mucho humo y de yapa cuando los chori empezaban a largar la grasa se terminaba de apagar y quedaba a medio cocinar. Un desastre.

Es una cuenta pendiente que vengo postergando hace años, y por tener tantos parrilleros excelentes en mi entorno, en vez de aprovechar para que me enseñen, me relajaba y solo me dedicaba a disfrutar su obra maestra.

Hace una semana que no duermo.

Los chistes se fueron convirtiendo en dudas, las dudas en inseguridades; me encontré buscando artículos en Google y mirando horas de vídeos en YouTube sobre técnicas de como mierda prender el puto fuego.

Hacían fuego con piñas, con mechero, poniendo aros de papel envueltos en una botella de vidrio y una banda de técnicas muy ingeniosas e interesantes, que, si yo terminaba usándolas, lo único que iba a generar, es que se den cuenta de lo neófito que soy en el tema.

Eso fue haciendo que me llene de pensamientos envolventes que no me permitieron pegar un ojo en toda la semana, así que sin dar más vueltas me decidí a no fallar.

Ya me descansaron lo suficiente toda mi infancia por ser un pata dura que no sabe jugar a la pelota, así que no podría revivir todos esos complejos que me atormentaron durante tantos años. Uno puede tener muchas cualidades, pero siempre te van a marcar los defectos, esos errores que te hacen indigno.

No podés ser argentino y no saber jugar a la pelota, no tomar mate, o peor todavía ¡no saber hacer un asado! Parecerían costumbres que vienen preestablecidas de fábrica.

Ayer sábado a la noche, fui al baño, hurgué en el botiquín y de entre los ibuprofenos, Resaquit y omeprazoles, saque la botella de Alcohol etílico que no sé por qué carajo la compre, porque nunca le di uso.

Guardé la botella en la mochila, envuelta en el saquito gris para que no se note y me convencí de prender ese maldito fuego y por más que tenga que hacer explotar la parrilla del negro, el fuego iba a salir o salir.

Hoy a la mañana, entre el cagazo de ver que me deparaba el destino, la ansiedad y la mala (o buena) suerte de ser un colgado que sale siempre con los minutos contados, me agarró el tráfico en la autopista por el choque de un pibe que -según el noticiero - venía escabio y se la dio con el guardarraíl.

Entre mensajes de WhatsApp y videollamadas - más el noticiero que respaldaba mi argumento - el Hetito se ofreció para prender el fuego así adelantaba la kosama.



Cuando llegué con mi bondiolita cerca del mediodía, lo único que me tocó hacer es mandarla encima del resplandeciente y chispeante fuego, y verter la magia de la mostaza con miel que me preparo la gorda ayer a la tarde.

Tampoco soy taaaaaan boludo, así que me encargué de salarla bien, cuidarla y sacarla a punto justo. Los pibes comieron como los dioses y, cervecitas de por medio, me avalaron al coro de:

¡UN APLAUSO PARA EL ASADOR!

Y yo, mucho más tranquilo, relajado y contento, sabía que en el fondo, todavía tenía el peso en la mochila de cargar con el alcohol etílico, que no solo guardaba el secreto de no saber hacer fuego, sino también una vida de miedos, frustraciones y complejos de creer que no estoy a la altura de lo que mi entorno espera de mí.


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