Disfraces cotidianos - Escribe Ariel Zapata





Hoy me puse el traje de tristeza.

No es que disfrute estar triste, tener poca energía y el entusiasmo por el suelo.

También soy consiente de que es peligroso: si comienzo a usarlo seguido, lo encarno y profundizo demasiado tiempo, empiezo a coquetear con la depresión.

Más todavía con mis antecedentes de inestabilidad y pensamientos envolventes.

Pero también tengo entendido que su principal función consiste en ayudarnos a asimilar una pérdida irreparable, y si bien últimamente no sufrí la partida de un ser querido o un gran desengaño, mis dudas constantes sobre lo que quiero realmente hace que me vuelque al encierro introspectivo, que me brinda la oportunidad de reconocer esperanzas frustradas, asimilar sus consecuencias y planificar, cuando la energía retorne, un nuevo comienzo.

Es una vestimenta que me sienta bien y cada tanto la suelo aprovechar. Si bien no es el disfraz que más uso cotidianamente, cada vez estoy usando ese puto traje con más frecuencia.

Hay ciertas temporadas en las que uno se encariña y repite más una muda que otras.

La verdad me queda mucho más fachero los que son alegres, entusiastas, buena onda.

Una de las vestiduras que más disfruto es la de felicidad, con ella puedo aumentar mis actividades, inhibir los sentimientos negativos o la preocupación y el caudal de energía que manejo parece inagotable.

Me da la disponibilidad para afrontar cualquier tarea que esté llevando a cabo y fomentar también, como suelo tener, la consecución de una amplia variedad de proyectos.

Es increíble como la forma en que cada emoción predispone al cuerpo a un tipo diferente de respuesta.

La verdad no sé qué es lo que quiero, últimamente estoy bastante dudoso. No sé si lo que hago y si todo lo que voy construyendo va realmente hacia algún lado.

Claramente las cosas me funcionan, hay posibilidad de crecimiento, se ve y eso me pone contento, me gusta. Estoy orgulloso, no podría decir que no.

Se que salí de muy abajo y la casaca de superación me sienta bien.

Pero tengo un desnudo existencial que no me deja seguro de saber que es amar. Los sentimientos de ternura y la satisfacción sexual están, pero el amor es una prenda que me quise poner varias veces y nunca tuve el suficiente porte para llevarla con la elegancia que se merece.

Dicen que mono vestido de seda mono queda, así que acá estamos, moneando por el cosmos.

Pensando bien, aunque por el momento no me quede el talle estoy abierto encontrar, mientras vagabundeo por la vida, ese amor por el cual sea capaz de pagar el precio y quede bien empilchado por el resto de mis días.

No como esos tantos disfraces baratos que se exhiben en las vitrinas de la urbe.

Se podría decir que mi falta de apreciación al amor viene acompañada en este caso por el miedo, pero si bien todos lo tenemos guardado en algún cajón, nunca fui de los que deja que lo paralice, que lo deje frío.

En todo caso sólo fue por algún instante, tal vez para calibrar, si el hecho de ocultarse pareciera ser una propuesta más adecuada.

Ahora que vine a vivir a capital, puedo de ver de cerca las modas, tal como la ira, el enojo, o el que más destaca y aparentemente viene para quedarse: el de asqueroso, con su infalible gesto que expresa desagrado, superioridad y negligencia. Por estos lados parece ser el común denominador y transmite el mensaje de que el otro les resulta repulsivo.

Es detestable esa expresión facial de disgusto, ladeando con ironía la boca y parando ligeramente la nariz. ¡Parecen estar aguantando expulsar todo lo tóxico y podrido de su ego!

Al regresar de una larga jornada laboral (los días de tristeza se tornan interminables), en casa estaba todo hecho levemente hecho un bardo. No un bardo bardo, sino esos bardos que se resuelven fácil, pero desmotivan.

Me puse a arreglar la entrada de agua del lavarropas, que perdía agua hace un tiempo y me filtró humedad a la pared de la pieza. Obviamente prefiero evitar quejas por dejar que pase humedad al departamento contiguo.

Salí a caminar por que pensé que así podía despejarme. volví, vi algunos videos en youtube pero la verdad sin interés. Ni siquiera con ganas de entretenerme.

Me puse a ordenar un poco la casa, a ver si una leve actividad me cambia un poco el enfoque, y digo leve por que claramente vengo postergando hacer ejercicio hace meses. Y cada vez tengo menos ganas de mentirme diciendo que voy a retomar.

Con la noche vino el cambio de muda, quizás por la que me cae más simpática, ya que siempre viene a pegar giros de perspectivas, manteniendo intacto al niño que tampoco pienso dejar ir.

Hablo de la capacidad de asombro (con su peculiar arqueo de las cejas), que aparece en los momentos de sorpresa, aumenta el campo visual y nos acompaña en los acontecimientos inesperados, facilitando así el descubrimiento de lo que realmente ocurre, permitiendo elaborar en consecuencia, un plan de acción más adecuado.

Los que se dicen expertos comentan que podemos aprender a cambiarnos a gusto, que solo depende de nosotros y de si queremos estar o no en las condiciones adecuadas ante cualquier ocasión; pero yo sigo creyendo que, si bien puede ser verdad en cierta medida, el contexto y entorno influye lo suficiente para mimetizarnos con el ambiente en el que nos rodeamos.

En este caso lo pienso mientras veo por la ventana como empieza a llover y como refresca un poco el calor zarpado que hizo durante todo el día y mientras caen las infinitas gotas puedo apreciar cómo se diluye el traje de tristeza que lleve puesto durante todo el día.

Aprovechando el cambio de eje me puse en pija (tuve que poner a lavar ropa y ya no me quedaban ni calzones limpios de tantos días que estuve sin lavar) y nada, vamos a improvisar a ver que traje me pongo mañana, quizás me pinte ponerme el tragedia de tristeza y duda toda la semana.

O quizás vuelva al clásico y cómodo deportivo: el empedernido chico alegre y entusiasta con una mirada más positiva (de pronto me siento en la película intensamente).

Sé que son disfraces cotidianos y uno va cambiando el outfit de predisposiciones, que va moldeando a sus experiencias vitales según como amanezca y por el medio cultural en que le ha tocado vivir. Si bien me gusta verme prolijo, nunca tuve el ropero más completo.

Igualmente creo que con los recursos que podamos adquirir, nos viene bien un repertorio emocional que no nos deje obsoletos ante un sistema que nos quiere dejar harapientos de desidia, hastío, odio y dolor.







Comentarios

Entradas populares